Justamente ayer tenía uno de esos días que es mejor que terminen rápido para archivarlo los más pronto posible en la cajonera de los olvidos permanentes.
Cuando, y de repente, se me ocurrió, visitar el galponcito del fondo de mi casa, donde por lo general guardo las cosas que ya no me sirven pero me dan lastima tirar.
En resumidas cuentas un compendio de porquerías inservibles, pero que para mi conservan algún valor sentimental.
Por ejemplo, la correa de mi primer perro, ya muerto hace siglos, obviamente, cajas de cartón de cuando me mude hacia esta, mi casa, el test de embarazo de mi segunda mujer, mi viejo uniforme de cuando servia en el ejercito, latas vacías, pingüinos disecados que compre a un amigo taxidermista, ya fallecido (su ultimo deseo fue que lo sometieran a él también, como hizo toda su vida con las aves, a embalsamamiento; nadie cumplió su deseo final), una gran colección de boletos de colectivo, sobres de Sea Monkeys sin abrir, en fin, de todo un poco.
Fue allí, en ese mágico lugar, donde el misterio se respira en el viento, donde encontré, de pura casualidad, un álbum de fotos de algunos que conocí de mi familia, (aclaro que soy huérfano de padres, y aunque los conocí, no los recuerdo ya), entre esas fotografías, encontré la foto de mi querida abuelita; ya ni me acordaba de ella, pobrecita, es que hace bastante que murió; pero ahora la recordaba, estaba allí, con su pelo ralo y blanco como la cal, sus anteojos cual antiparras de paracaidista, su desgarbada figura mas parecida a un árbol seco que al de un ser humano.
Pobre mi abuelita, ella si que tuvo mala suerte, siempre lo recordaba, y me lo recordaba a mí. Recuerdo su dulce voz cuando me decía: “nene, siempre tuve mala suerte, siempre, pero me quedo tranquila porque esa mala suerte te la heredare a ti”.
Y tenia razón la abuela, la herede.
Pero volviendo a la abuela, su mala suerte era casi antológica, ella había nacido en 1915, en el 39 se le ocurrió ir de paseo a Polonia, justo a Polonia. Por suerte mi abuela era italiana asíque zafo de esa, aunque un par de esquirlas se trajo de recuerdo.
Regreso a su Italia natal, a finales del 43’. (Resulta que la abuela había sido reclutada en el camino de regreso por las Waffen SS como cocinera. Allí sirvió honorablemente, además de alimentos hasta que le dieron de baja definitiva por haber cocinado a la mascota del batallón, un rico cerdo llamado cariñosamente Moisés. La abuela ni se dio cuenta, ella lo vio allí, tan sucio y descuidado que le corto el cuello sin miramientos, lo preparo con salsa de manzana, (según cuentan estuvo riquísimo), luego de comer, el capitán le dio la baja, estaban dolidos por la muerte de Moisés.)
La abuelita se repuso de eso, como ella decía: “mi vida era cazar osos no ser soldado cocinero”.
Al regresar a Italia, la abuela conoció a quien seria el amor de su vida.
Se casaron casi a los meses de haberse conocido, y ¿donde deciden irse de luna de miel?; a Berlín y justo en el 45. Para que contar los suplicios que paso mi querida abuelita en manos de esos asesinos desalmados de los rusos y esos mal nacidos de yanquis brutos.
Desolada, y viuda de golpe, la abuelita decide abandonar la vieja Europa y emigrar hacia nuevas tierras, nuevos horizontes; entonces se embarca con destino al Canadá, le habían hablado bastante bien de dicha colonia francesa. Pero la legendaria suerte de mi abuela no le daba respiro. Una gran tempestad ataca con ferocidad inaudita el buque haciéndolo irse a pique hasta el fondo mismo del recóndito océano. Mi abuela sobrevive de milagro (no es que la buena suerte la haya iluminado, todo lo contrario, es que mas sucesos desgraciados la habrían de aguardar a lo largo de su larga vida) aferrada durante días a la puerta del W.C. de algún gentil camarote. Sedienta y cocinada por el inclemente sol, cierta mañana divisa tierra, creyose en su tan mentada Canadá, más luego de arribar con suma esperanza comprueba que donde el destino, o mejor dicho su mal hado la ha llevado es a un lejano país llamado Argentina.
Las rachas de mala suerte de mi abuelita continuaron a lo largo de toda su vida, pero esa, esa es otra historia…
Cuando, y de repente, se me ocurrió, visitar el galponcito del fondo de mi casa, donde por lo general guardo las cosas que ya no me sirven pero me dan lastima tirar.
En resumidas cuentas un compendio de porquerías inservibles, pero que para mi conservan algún valor sentimental.
Por ejemplo, la correa de mi primer perro, ya muerto hace siglos, obviamente, cajas de cartón de cuando me mude hacia esta, mi casa, el test de embarazo de mi segunda mujer, mi viejo uniforme de cuando servia en el ejercito, latas vacías, pingüinos disecados que compre a un amigo taxidermista, ya fallecido (su ultimo deseo fue que lo sometieran a él también, como hizo toda su vida con las aves, a embalsamamiento; nadie cumplió su deseo final), una gran colección de boletos de colectivo, sobres de Sea Monkeys sin abrir, en fin, de todo un poco.
Fue allí, en ese mágico lugar, donde el misterio se respira en el viento, donde encontré, de pura casualidad, un álbum de fotos de algunos que conocí de mi familia, (aclaro que soy huérfano de padres, y aunque los conocí, no los recuerdo ya), entre esas fotografías, encontré la foto de mi querida abuelita; ya ni me acordaba de ella, pobrecita, es que hace bastante que murió; pero ahora la recordaba, estaba allí, con su pelo ralo y blanco como la cal, sus anteojos cual antiparras de paracaidista, su desgarbada figura mas parecida a un árbol seco que al de un ser humano.
Pobre mi abuelita, ella si que tuvo mala suerte, siempre lo recordaba, y me lo recordaba a mí. Recuerdo su dulce voz cuando me decía: “nene, siempre tuve mala suerte, siempre, pero me quedo tranquila porque esa mala suerte te la heredare a ti”.
Y tenia razón la abuela, la herede.
Pero volviendo a la abuela, su mala suerte era casi antológica, ella había nacido en 1915, en el 39 se le ocurrió ir de paseo a Polonia, justo a Polonia. Por suerte mi abuela era italiana asíque zafo de esa, aunque un par de esquirlas se trajo de recuerdo.
Regreso a su Italia natal, a finales del 43’. (Resulta que la abuela había sido reclutada en el camino de regreso por las Waffen SS como cocinera. Allí sirvió honorablemente, además de alimentos hasta que le dieron de baja definitiva por haber cocinado a la mascota del batallón, un rico cerdo llamado cariñosamente Moisés. La abuela ni se dio cuenta, ella lo vio allí, tan sucio y descuidado que le corto el cuello sin miramientos, lo preparo con salsa de manzana, (según cuentan estuvo riquísimo), luego de comer, el capitán le dio la baja, estaban dolidos por la muerte de Moisés.)
La abuelita se repuso de eso, como ella decía: “mi vida era cazar osos no ser soldado cocinero”.
Al regresar a Italia, la abuela conoció a quien seria el amor de su vida.
Se casaron casi a los meses de haberse conocido, y ¿donde deciden irse de luna de miel?; a Berlín y justo en el 45. Para que contar los suplicios que paso mi querida abuelita en manos de esos asesinos desalmados de los rusos y esos mal nacidos de yanquis brutos.
Desolada, y viuda de golpe, la abuelita decide abandonar la vieja Europa y emigrar hacia nuevas tierras, nuevos horizontes; entonces se embarca con destino al Canadá, le habían hablado bastante bien de dicha colonia francesa. Pero la legendaria suerte de mi abuela no le daba respiro. Una gran tempestad ataca con ferocidad inaudita el buque haciéndolo irse a pique hasta el fondo mismo del recóndito océano. Mi abuela sobrevive de milagro (no es que la buena suerte la haya iluminado, todo lo contrario, es que mas sucesos desgraciados la habrían de aguardar a lo largo de su larga vida) aferrada durante días a la puerta del W.C. de algún gentil camarote. Sedienta y cocinada por el inclemente sol, cierta mañana divisa tierra, creyose en su tan mentada Canadá, más luego de arribar con suma esperanza comprueba que donde el destino, o mejor dicho su mal hado la ha llevado es a un lejano país llamado Argentina.
Las rachas de mala suerte de mi abuelita continuaron a lo largo de toda su vida, pero esa, esa es otra historia…
1 comentario:
Si estás en contra de la inmigración... A tu abuelita la deberían haber echado al mar de nuevo, ¿no? Pobre Argentina, una nación que podría ser potencia mundial y, ¿qué le ocurre? Pues que está habitada por argentinos y claro, ni modo.
Me importa un carajo que no publiques esto.
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