17 julio 2008

La maldición del perdón

Tomo, no porque tomar me agrade ni mucho menos, tomo para olvidar, olvidar eso que parte mi alma en dos y no deja que la paz juegue en mi almohada cuando me quiero dormir. Las siluetas efímeras del pasado se deleitan pinchando mis costados, dejando mi acribillado cuerpo sin respiro.
Fumo mucho, no porque sienta placer en el intoxicante y espeso humo llenando mis pulmones, fumo para lastimarme, lastimarme lentamente, haciendo mi muerte remolona pero segura.
La droga que pruebo es para adormecer a mi cerebro, dormirlo, anestesiarlo, así deja de torturarme con sus imágenes que me acosan y me llenan de pánico; pánico por lo que hice y nunca debí hacer, pánico por lo que no hice, por lo que deje de decir; pánico por saber que nada de lo que paso va a cambiar, ninguno que se fue va a volver; ninguno me puede perdonar ya.
Perdón, que gran palabra, ¿habrá alguien que la comprenda de verdad? El perdón no se puede pedir después de lo que hicimos, del mal que proferimos sin sentido a un semejante, el perdón, de existir, debe ganarse con los años, el tiempo es el único, que en algunos contados casos otorga el tan bendito perdón. Pero hay quienes transgreden los limites de perdonar, y para ellos ya no hay solución verdadera.
Para mi lamentablemente el perdón no va a llegar jamás, la eternidad se abre como una maldición sin final.

1 comentario:

Jesse Leyva dijo...

te dejé un mail hace un rato...
besos