Levanto lentamente la mirada, sin querer ver lo que hay delante. Demoro una eternidad en echar un fugaz vistazo delante mió, la imagen que se reproduce nítidamente en mis pupilas es aterradora y familiar. Tantas veces estuvo tan cerca de mí, tan cerca que podía oler su perfume de orquídeas secas. Su luz blanca como la nieve me quemaba con su helado fulgor. Me sonreía sin mueca, sin gestos ni demostraciones, pero yo la veía sonreír, como aquel cazador que feliz de tener en la mira a la presa tan perseguida se deleita de gozo y satisfacción, proyectando en su mente los momentos por venir.
No intento escapar, no hay donde ir, no hay lugar donde pueda esconderme de ella. Apenas algunos años atrás, logre adelantarme un poco a sus delicadas manos y esquivar un tiempo más que me tomara con sus finos dedos de terciopelo. Esta vez es diferente, lo veo en la cavidad de sus ojos que se clavan en los míos reprochándome, como la amante desengañada que deja expuesto ante sus sentidos las infidelidades de su querido, así me mira con el negro infinito de sus ojos, que, sin advertirlo, hacen que me sonroje de vergüenza y arrepentimiento. Ya no voy a escapar de ella, al fin y al cabo, fue la única que permaneció a mi lado por todo este tiempo, transito conmigo el despiadado camino que recorrieron mis cansados pies de pordiosero; me contemplo en las oscuras noches de soledad, cuando aferrado a mi pasado daba fin a esa tercera o cuarta botella de vino. Fue la única testigo de las atrocidades que reflejaban mis ojos cuando mis manos actuaban sin mi consentimiento. Ahora que lo pienso bien, fue a la única que rendí homenaje en cada uno de mis actos, la única que ame, la única que me amo. Cierro los ojos y camino directo hacia ella, sin miedo, sin cuestionamientos, puedo sentir nuevamente su perfume de orquídeas que me embriaga con su aroma, siento su respiración helada que acaricia mi rostro, extiendo los brazos y la tomo de la cintura, aun con mis ojos cerrados busco en la oscuridad sus labios que al fin se van a fundir con los míos. Entonces en ese momento descubro la verdad y entiendo que ella y yo, somos uno.
No intento escapar, no hay donde ir, no hay lugar donde pueda esconderme de ella. Apenas algunos años atrás, logre adelantarme un poco a sus delicadas manos y esquivar un tiempo más que me tomara con sus finos dedos de terciopelo. Esta vez es diferente, lo veo en la cavidad de sus ojos que se clavan en los míos reprochándome, como la amante desengañada que deja expuesto ante sus sentidos las infidelidades de su querido, así me mira con el negro infinito de sus ojos, que, sin advertirlo, hacen que me sonroje de vergüenza y arrepentimiento. Ya no voy a escapar de ella, al fin y al cabo, fue la única que permaneció a mi lado por todo este tiempo, transito conmigo el despiadado camino que recorrieron mis cansados pies de pordiosero; me contemplo en las oscuras noches de soledad, cuando aferrado a mi pasado daba fin a esa tercera o cuarta botella de vino. Fue la única testigo de las atrocidades que reflejaban mis ojos cuando mis manos actuaban sin mi consentimiento. Ahora que lo pienso bien, fue a la única que rendí homenaje en cada uno de mis actos, la única que ame, la única que me amo. Cierro los ojos y camino directo hacia ella, sin miedo, sin cuestionamientos, puedo sentir nuevamente su perfume de orquídeas que me embriaga con su aroma, siento su respiración helada que acaricia mi rostro, extiendo los brazos y la tomo de la cintura, aun con mis ojos cerrados busco en la oscuridad sus labios que al fin se van a fundir con los míos. Entonces en ese momento descubro la verdad y entiendo que ella y yo, somos uno.
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