30 noviembre 2009

Héroe y caballero Hans Langsdorff

La historia nos enseña que hay hombres predestinados a cumplir una determinada función en su vida, la que comienza un día marcado y en un lugar indicado por un extraño poder, que nunca llegaremos a comprender. El Capitán de navío Hans Langsdorff, fue uno de los elegidos por su destino. Allá en las frías regiones del mar Báltico en la más grande de las islas alemanas, Rugen, rodeada de montañas la pequeña Bergen era la Capital. Entre los escasos habitantes sobresalían las familias Langsdorff y Steinmetz, los primeros en aquellas épocas imperiales, dedicados a impartir justicia, y los segundos a difundir religión. El Dr.Ludwin Langsdorff y Elizabeth Steinmetz se habían casado bajo los ritos de las tradiciones luteranas, pensando en formar un hogar donde sus hijos cultivaran aquellos sentimientos humanos. En 1894, nace el primer hijo, Hans Wilhem, a quien desde niño se le inculcan esos ideales. Al año siguiente, nace su hermano Reinhardt. Ya con dos hijos, en 1898 el matrimonio pensando en el porvenir se traslada a la ciudad de Dusseldorf, que ya contaba con las más modernas instituciones. Allí nace en 1901 la niña Annelise. El joven Hans había demostrado siempre una clara inclinación por el mar, nacido en una isla no podía desprenderse de su medio, el
mar que lo rodeaba.
En Dusseldorff los Langsdorff, habían adquirido una cómoda mansión para albergar a su familia y disponer de oficinas, para quien ya era un reconocido abogado y escalaba posiciones en la vida judicial de la ciudad, llevándolo a ser juez de la Alta Corte. Pero el destino lo llevó a tener por vecinos a la familia del Conde Maxilimian von Spee, quienes se convertirían en héroes nacionales del imperio alemán en la batalla naval de Malvinas en 1914. Los dos hijos del Conde y Vicealmirante habían ingresado en la Marina de Guerra en 1903. El joven Hans influenciado por aquella presencia cercana del famoso marino y sus hijos, a quienes saludaba respetuosamente a menudo, y simulando en emular sus hazañas, ingresa en la academia naval de Kiel en 1912, contra la voluntad de sus padres, quienes soñaban que seguiría la carrera judicial o religiosa, pero apenas había cursado dos años, se desata la Primer Guerra Mundial y el cadete Langsdorff es embarcado en el acorazado Grosser Kurfurst, prestando servicios como artillero.

Por su valerosa conducta es ascendido en 1915 a teniente, ya en la Primera Guerra. En 1916 el Almirante Scheer sale al mar desde Wilhemshaven al mando de la flota de alta mar, con más de 100 barcos a desafiar a la poderosa Royal Navy, dándose la sangrienta batalla de Jutlandia, donde el Teniente Langsdorff gana su primera Cruz de Hierro. Después de su licencia es destacado a comandar barreminas, riesgosa tarea que se prolonga después de finalizada la guerra en la limpieza de los mares hasta el año 1922, cuando es ascendido a Teniente Capitán. En 1923, estando en las oficinas de la Armada de Dresden, conoce a la Srta. Ruth Hager, contrayendo matrimonio en marzo de 1924 y naciendo su primer hijo el 14 de diciembre, a quien pusieron el nombre de Johen. En Octubre de 1925 en una Alemania derrotada, empobrecida y trabajando solo para pagar las pesadas deudas de guerra que le impusieron los vencedores, Langsdorff es trasladado a las oficinas del Ministerio de Defensa en Berlín en la turbulenta época de la
República de Weimer. Su cargo era nada menos que coordinar las relaciones entre la armada y el ejército.

En 1926 realiza cursos de mando superior destinado a preparar oficiales para la nueva organización naval. En 1927 es designado a comandar una flotilla de lanchas torpederas y en abril de 1930, es ascendido a Capitán de Corbeta. En 1931 en el otoño, es llamado nuevamente a Berlín, sabiendo que poseía extraordinarias habilidades administrativas, iniciando así una carrera parcialmente política dentro del Ministerio de Defensa, cuyo ministro era el célebre General Schleicher. Trabajó con entusiasmo, ganándose el respeto y la consideración de sus superiores. Pero en 1933 cuando Hitler llega al poder, la política se introduce en sus tareas y Langsdorff se siente desplazado y humillado por los fanáticos civiles que ocupan posiciones de los profesionales del mar. En 1934 pide su regreso al servicio naval, pero es enviado al Ministerio del Interior. El 30 de junio de 1934, la condesa Huberta Spee, rompe la clásica botella de champagne en la proa del nuevo buque de guerra, y es botado el más tarde famoso Panzerschiff Admiral Graf Spee, bautizado así en honor a su padre. En 1935 fue ascendido a capitán de fragata. En 1936 la desgracia golpea su hogar, falleciendo su hijo Klauschen con apenas 7 años. Ese mismo año se realiza en Ginebra, la conferencia de las Armadas, y se trata el tema sobre la "Humanización de la guerra en el mar", doctrina que al C/F Langsdorff despierta sumo interés, y luego llevará a la práctica. Pasa a prestar servicios en el Estado Mayor del Almirante Bohen, comandante de los prestigiosos acorazados de bolsillo. En 1936 y 1937 a bordo del A.Graf Spee, interviene en la guerra civil española y en la operación cóndor. El 1 de enero de 1937, por sus méritos es ascendido a Capitán de Navío. Ese mismo año el Admiral Graf Spee fue designado buque insignia de la Armada Alemana y presentado al mundo en la famosa revista naval internacional de Spithead, causando asombro y recelo en las potencias aliadas que controlaban la construcción de buques de guerra en Alemania. En octubre de 1938 fue designado su comandante, cuando ya asomaban nubarrones que predecían en Europa una guerra más. El 21 de agosto de 1939, el Admiral Graf Spee se escurría en la noche alejándose de su puerto con rumbo Norte amparado en la neblina, a cumplir su misión más secreta, que constituía en la destrucción de la marina mercante británica sin la cual Inglaterra podría ser vencida. El 1 de Septiembre del 39, se reúne en el Atlántico con su barco nodriza, el petrolero Altmark, que le suministraría combustible municiones y provisiones para la tripulación.

El día 3, cuando las tropas alemanas habían ya invadido Polonia, recibe la noticia que Inglaterra y Francia han declarado la guerra al III Reich. Se pone en marcha la orden de operación: atacar la flota mercante, y evitar el encuentro con buques de guerra. El Cap. Langsdorff consiente de su triste misión de atacar indefensos barcos mercantes, se ve obligado a cumplir las órdenes del Alto Mando, ejercidas directamente por Hitler, amo y señor. En sus 120 días de correrías por el Atlántico y el Indico, encuentra y destruye nueve cargueros ingleses, tomando a bordo sus dotaciones pero cumpliendo, a veces con exceso, con las normas que marcaban la Convención Internacional de la Haya sobre la guerra marítima. No estaba en su sano espíritu de profundas raíces religiosas y de justicia, hacer sufrir a seres humanos. Para él simples marinos mercantes, jamás podrían ser sus enemigos. Llegaba el fin de año y prometió a su gente llevarlos de vuelta a casa en los primeros días del año 1940, lo que dio renovadas energías a aquellos más de 1000 hombres bajo su responsabilidad. Pero el destino le marcó otro camino. Ya navegando hacia el Norte, casi cumplida su misión, recibe órdenes de observar la salida del Río de la Plata, por donde numerosos barcos ingleses partían cargados. Pone rumbo al sudeste, se acerca a las costas Brasileñas, y a 280 millas al este de Rocha (R.O. del Uruguay) donde esperaba encontrar un convoy, choca de frente con tres cruceros ingleses que lo esperaban allí mismo. El combate duró algo menos de dos horas.

El Admiral Graf Spee acorralado se defendió con increíble coraje ante un enemigo tan superior, en su prueba de fuego. El Comandante Langsdorff sintió que se le exigían todas sus capacidades morales y físicas para salir no triunfante, pero al menos con vida. Fue herido, perdió en conocimiento, se recuperó y siguió dando órdenes. Atacó a su enemigo más poderoso, el Exeter y lo obligó a retirarse de la escena, casi destruido, sintió piedad por aquella gente y se negó a hundirlo. Recorrió la cubierta de su buque, bañada en sangre, observó 36 marineros muertos y más de 50 heridos y resolvió poner fin a la masacre y venir a Montevideo a dejar sus muertos en el cementerio, los heridos en el hospital, y reparar las averías de su buque, confiando en que autoridades, y pueblo uruguayo con respeto por su situación. En la medianoche del 13 de diciembre, el Admiral Graf Spee larga sus anclas en el antepuerto sin cumplir las formalidades reglamentarias. Al día siguiente se presenta ante su embajador, y allí mismo comienza un intrincado ajetreo político, militar y diplomático, que pone al Uruguay como centro de la atención mundial. Decenas de miles de montevideanos concurren emocionados al sepelio de los 36 jóvenes, al día siguiente. Langsdorff se ve acorralado, ha caído en una trampa mortal para su buque. Pide tiempo suficiente para reparar sus averías, el gobierno en base a la magnitud de las averías denunciadas, y de acuerdo a las leyes internacionales, siempre de muy diferente interpretación, otorga un plazo acorde. No logra convencer al gobierno y decide enviar su gente a Buenos Aires y destruir totalmente su buque, para evitar que caiga en manos enemigas, ansiosas de conocer sus secretos. Así se hace, la metodología germánica, no falla, y la tripulación llega a Buenos Aires, el acorazado es destruido por el fuego, en el límite de las aguas territoriales uruguayas, ante la mirada incrédula de decenas de miles de personas. Ya en Buenos Aires, el Cap. Langsdorff entrega la tripulación, la que queda bajo tutela del estado argentino, recibiendo alojamiento, alimentación etc. y la simpatía de la colonia alemana. Langsdorff, ya nada más puede hacer, ni por sus hombres, ni por su patria. Con profunda tristeza recuerda su hijo Johen, a su pequeña Ingrid y su esposa Ruth, escribiendo una carta de despedida. Otra carta a sus superiores, explicando su resolución final, con la frase "para un capitán que tenga sentido del honor, el destino propio no puede se diferente al de su buque". En el silencio de la noche porteña, mezclado al ruido de grúas, bocinas y vehículos en el muelle, pasa desapercibido el seco sonido de un disparo. El Cap. Langsdorff, ha terminado su carrera, con la conciencia tranquila de haber cumplido su deber, y como él lo dice: "me voy con mi Dios".-

Para terminar, a modo de ejemplo, dos hechos que hablan por si solos. Conocido el suicidio, desde Montevideo viajó a Buenos Aires uno de los capitanes mercantes ingleses portador de una corona de flores para su sepelio, en nombre de " Los Capitanes Mercantes Ingleses". El Capitán Patrick Dove (del África Shell) siendo prisionero de Langsdorff, entabla una verdadera amistad con él, no solo llora su muerte, sino que años más tarde escribe un libro sobre esta experiencia, cuyo sugestivo titulo es " Fui prisionero de un caballero"

Por: Ricardo delle onde

1 comentario:

Hernan Schneider dijo...

Excelente trabajo y que se mantenga viva la memoria de este tan afamdo marino, aqui dejo una pagina a quienes le interesen conocer a sus joven muchachada de abordo, www.admiral-graf-spee.blogspot.com