
Pero mientras todo esto ocurría con total naturalidad, ya que estas razas habían tomado la precaución de hacerse pasar por lo santos protectores y elegidos de la gran madre naturaleza, y gracias al dominio que poseían de los medios de comunicación, tenían como quien dice a la opinión publica comiendo de sus miserables garras. Pero, como siempre pasa en toda fabula, había dos razas que habitaban la selva que no se habían creído la monstruosa mentira narrada durante años de que los cerdos y las ratas son las victimas, siempre devoradas por los demás, ellos sabían que no eran ningunas victimas, sino predadores inmundos que no cazaban para comer sino que esclavizaban por oro y placer. Esas razas antagónicas eran las águilas y los tigres, siempre expectantes, al acecho de desenmascarar a los codiciosos y cínicos cerdos y ratas, opresores de toda la fauna de la selva; aunque era muy difícil llevar a cabo este salvataje que se habían propuesto los tigres y las águilas, ya que continuamente, y a sabiendas de los verdaderos propósitos de estos, los opresores victimizados narraban en los medios masivos de comunicación de la selva lo salvajes y despiadados que eran las águilas y los tigres, que eran predadores desalmados, que se iban a comer primero a las ratas y a los cerdos, pero luego devorarían a todo el resto; además de cualquier otro tipo de mentiras que opacara la verdad encubriéndola bajo el nebuloso velo de la falsedad. Más allá de todo las águilas y los tigres permanecían alertas, al acecho, aguardando el momento preciso para intervenir, tolerando estoicamente las mentiras que recaían sobre ellos, aceptando dignamente los insultos y prejuicios vertidos sobre ellos por el resto de la fauna que ignorantes de la verdad los creían malvados.
Las ratas y los cerdos aun gobiernan de forma encubierta la selva, escondidos tras la decadente melena del león, pero saben que tienen los días contados, las águilas y los tigres contienen las afiladas garras esperando el momento oportuno para asestar el certero golpe mortal y engullir de una vez por todas a las inmundas ratas y a los indecentes cerdos.
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