
La tormenta resuena a lo lejos, trayéndome con sus roncos alaridos la fatiga de tener que ponerme nuevamente en marcha. Cosas sin sentido rugen a mi lado, como leones sin amaestrar que ansían enfrentar al fanático domador, con ínfulas de zoólogo, equipado de silla y látigo, para devorar lentamente y sin pausa su hueca estancia del alma.
Entonces, sin quererlo, un rayo policromático escapa de mi ojo, justo el ojo que se niega ver la realidad, el otro aun deja, por momentos, de cifrar mis percepciones dejándome ver lo que me rodea; tanto es así, que de las paredes aterciopeladas de mi confortable estancia sonrisas agradecidas se extienden sobre mi.
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